El poder en México se ejerce de forma patriarcal, y no lo digo yo, lo dice nuestro diseño institucional, la conformación de los gobiernos, las legislaturas, las presidencias municipales, las rectorías de las universidades, el alto clero de la iglesia católica, la dirección y conformación de las cámaras empresariales, los hombres que en casa siguen tomando las decisiones de toda la familia porque son quienes poseen el capital económico y las propiedades y por tanto el poder.
¿Qué ya existe la paridad constitucional? ¡Claro!, ¿Pero quiénes ostentan y ejercen la verdadera toma de decisiones? ¿Quiénes detentan realmente el poder? Y la respuesta es muy simple: Los hombres.
Los hombres que son coordinadores de las bancadas de los partidos en la cámara de diputados, la cámara de senadores y los congresos locales, si hablamos del poder legislativo. Los arzobispos si hablamos del poder eclesiástico.
Los presidentes nacionales de los partidos políticos que en México son todos hombres. El presidente y los gobernadores si hablamos del poder ejecutivo. ¿Qué ya hay 9 gobernadoras? ¡excelente noticia!
Pero en las otras 23 entidades, es decir en más de la mitad del territorio nacional, quienes delinean las políticas y programas de sus gobiernos, son hombres.
¿Y está mal que sean hombres? No. Lo que está mal es que sus gobiernos, concretamente hablando del poder ejecutivo, no tengan perspectiva de género.
¿Sería distinto si tuviéramos una presidenta o más gobernadoras? Quizá sí y quizá no, me refiero a que ser mujer no da conciencia de género, es decir que siendo mujer en el poder, se puede replicar la forma patriarcal de ejercer el poder, por ejemplo cuando Claudia Sheinbaum, Jefa de Gobierno de la CDMX, decidió usar la fuerza pública y granaderos (que supuestamente ya no existían) para reprimir una protesta feminista a inicios de su gobierno.
Otro ejemplo de ello fue cuando la supuesta “legislatura de la paridad” conformada por una paridad de mujeres y hombres diputados, aprobó recortes y desapariciones de programas y políticas en favor de las mujeres, como las estancias infantiles, los refugios de mujeres víctimas de violencia y los recursos para operar las alertas de género en los estados. Las mujeres diputadas que votaron a favor de ese gran retroceso, no solamente carecieron de perspectiva de género, sino que actuaron emulando las practicas patriarcales de la política de siempre, pensando en congraciarse con sus dirigentes de bancada y de partido (hombres) y no de forma empática y sorora con las miles de afectadas de esas decisiones, las mujeres.
Cuando las Fiscalías Generales de Justicia deciden revictimizar a las mujeres víctimas de feminicidio en sus investigaciones, como en el caso de Luz Raquel Padilla, y Debanhi Escobar, están ejerciendo su poder de forma patriarcal, no pensando en el mensaje que le dan a todas las mujeres que sufren violencia en el país y que deciden no ir a denunciar porque temen que las autoridades no les crean o incluso las culpen por la violencia que sufren. Pero sí piensan en cerrar rápido las investigaciones diciendo que las víctimas se autoinmolaron o se suicidaron para que el alza de feminicidios no se convierta en un costo político contra ellos e incluso contra los gobiernos de sus estados, que evidentemente detentan también otros hombres.
Esos ejemplos y muchos otros más de la cotidianeidad, nos demuestran que el poder en México se ejerce de forma patriarcal, porque aún cuando es ejercido por mujeres, se sigue ejerciendo bajo una lógica patriarcal.
Hace unos días, en la Fiscalía de Puebla, Yanelli Velazco, quien fuera víctima de violación en 2016 y cuyos agresores siguen libres y sin avances en su investigación, dijo una frase muy cierta: “Si la justicia es patriarcal, que la memoria sea feminista”, y justamente ese es el camino a seguir para romper el poder patriarcal.
No olvidar, no callar, no bajar la cabeza y aceptar “que así son las cosas”, construir alternativas y acompañarnos entre nosotras, porque el patriarcado no es un sistema natural, es un constructo social, un constructo que puede y debe romperse porque se cimenta sobre la desigualdad y la opresión de los hombres sobre las mujeres.
Si queremos cambiar las cosas, necesitamos de esa memoria feminista, para accionar, para incidir políticamente desde todos nuestros espacios, para entender que la de enfrente es compañera no competencia, que a todas nos atraviesan distintas desigualdades y que no necesitamos ser iguales para avanzar juntas.
Cuando entendamos que el sistema patriarcal se ha sostenido sobre el pacto de caballeros y entendamos la importancia de la sororidad, el affidamento y la construcción de nuevas formas de organización entre mujeres donde no es el ego sino la causa la que importa, avanzaremos hacia la construcción de una democracia feminista, una que no supla al patriarcado para emularlo sino para subsanar desigualdades y construir oportunidades en igualdad de condiciones para todas, todos y todes.