En medio de las celebraciones de los Juegos Olímpicos, es inevitable reflexionar sobre las adversidades que los mexicanos hemos enfrentado a lo largo de la historia. Desde la época colonial, pasando por la discriminación, las desigualdades económicas y sociales, hasta las luchas personales de cada individuo, los mexicanos hemos soportado y resistido innumerables pruebas. Estas experiencias han forjado una nación con gran fortaleza, pero también han dejado huellas que a menudo limitan nuestro potencial para convertirnos en verdaderos triunfadores. Esta realidad no es exclusiva de México, sino que también se aplica a otros países con puntos de vista y desafíos similares.
Es fácil caer en el conformismo, aceptar lo que se tiene y no aspirar a más. Sin embargo, es crucial entender que el conformismo es un enemigo del progreso. Esa voz interna que nos dice que no somos lo suficientemente buenos, o bonitos, o capaces es una barrera que todos enfrentamos en algún momento. El sentimiento de ser “menos” que otros, alimentado por años de comparaciones internacionales y la etiqueta de “tercer mundo”, no debe definirnos.
Todos hemos sentido el miedo a perder o a no lograr nuestros objetivos. Este miedo puede paralizarnos, impedirnos tomar riesgos necesarios para el éxito. Sin embargo, debemos recordar que este sentimiento es universal. No estamos solos en esta lucha y, lo más importante, no estamos destinados a sucumbir a ella. Es fundamental que nos echemos porras, que nos apoyemos mutuamente y que trabajemos juntos para superar estas barreras.
El colonialismo dejó una marca profunda en nuestra identidad, una sensación de inferioridad frente a las potencias coloniales que aún persiste. La discriminación basada en las clases, las etnias, el género y otras diferencias ha incrementado este sentimiento. Las desigualdades económicas y sociales siguen siendo una realidad que limita el desarrollo de muchos.
Las comparaciones con países más desarrollados alimentan una percepción de insuficiencia. La globalización ha expuesto a los mexicanos y a muchos otros en situaciones similares a estándares internacionales que a menudo parecen inalcanzables. La opresión y control religioso, a través del temor de dios y nuestra dependencia a su voluntad, el castigo divino, junto con los estereotipos culturales como el hombre con sombrero tirado en el piso con su botella de cerveza, o los personajes de Cantinflas, el Chavo del Ocho y las telenovelas, han perpetuado una imagen que no refleja nuestra verdadera capacidad y potencial.
En los tiempos de Olimpiadas, vemos a mexicanos ganadores que han roto estos paradigmas. Ellos no han permitido que el colonialismo, la discriminación, la desigualdad o los estereotipos los definan. Han trabajado arduamente, han creído en sí mismos y han demostrado que el éxito es posible. Estos atletas nos inspiran a todos a seguir su ejemplo, a dejar de lado las limitaciones autoimpuestas y a luchar por nuestros sueños. Esta inspiración y ejemplo también es relevante y aplicable para aquellos en otros países que enfrentan desafíos similares.
Para ser verdaderos triunfadores, necesitamos cultivar la autoconfianza. Debemos sobreponernos a los pensamientos que nos minimizan y dejar de ver a los demás como más grandes y exitosos de lo que nosotros podemos ser. Cada mexicano y cada persona en cualquier país con desafíos similares tiene el potencial de lograr grandes cosas. Es hora de abrazar nuestra historia y nuestra cultura, aprender de ella y usar esas lecciones para impulsarnos hacia adelante.
El camino al verdadero triunfo no es fácil, pero es posible. Requiere orgullo, valentía, perseverancia, disciplina y, sobre todo, una creencia inquebrantable en nuestro propio valor. Los mexicanos y aquellos en situaciones similares en otros países podemos y debemos romper los paradigmas que nos han limitado.
La magia del verdadero triunfo radica en descubrir el brillo de tu gran valor y que lo hagas resplandecer, CREE EN TI”
Tú eres tú, eres extraordinario. ¡Desata tu poder y esplendor!
¡El mundo necesita que brilles!
Soy Guillermo del Castillo.
Te quiero.
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