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¿Cómo aprendemos como docentes?  Narrar, reflexionar y poner en práctica   

El aprendizaje de los docentes es mucho más que lo que sucede en ámbitos formales de educación profesional, inicial y continua. Si pienso en mi propia experiencia como profesora, algo que realmente me ha transformado ha sido la reflexión sobre lo que hago día a día. Las lecciones más valiosas no siempre vienen de los libros, sino de esos momentos en los que me detengo a pensar qué salió bien y qué no en mi clase, o cómo mis estudiantes respondieron de formas inesperadas. Es en esa mezcla de narrar, reflexionar y poner en práctica donde realmente crecemos como docentes. 

Recuerdo la primera vez que me enfrenté a un grupo complicado, uno de esos donde parece que nada de lo que haces funciona. Sentí que las estrategias que había aprendido no tenían efecto y tuve que improvisar sobre la marcha. Ese fue mi primer acercamiento a lo que Donald Schön llamaba “práctica reflexiva”. Schön nos dice que los docentes no solo aplicamos lo que ya sabemos, sino que creamos nuevos saberes mientras estamos en plena acción. Fue justo en esa clase que me di cuenta de lo importante que es adaptarse en el momento. A continuación, dos conceptos clave de este autor: 

  • Reflexión en la acción: Esta sucede en tiempo real, mientras estamos enseñando. Es ese instante en el que cambiamos de estrategia a mitad de camino porque sentimos que los estudiantes no están conectando. Para mí, esa reflexión en el aula ha sido un salvavidas en muchas ocasiones; me ha permitido responder a lo inesperado con creatividad y confianza en mi intuición. 
  • Reflexión sobre la acción: Luego, cuando la clase termina y tengo un momento para respirar, es cuando llega la segunda parte de la reflexión. ¿Qué funcionó? ¿Qué puedo mejorar? Es en esta reflexión posterior que me doy cuenta de lo que pude haber hecho diferente y cómo puedo afinar mi práctica para la próxima vez. Estos momentos me han enseñado a no repetir los mismos errores, y también a identificar lo que funciona y por qué. 

También, algo que me ha ayudado mucho a lo largo de mi carrera ha sido contar lo que vivo como profesora y compartirlo con otros. Clandinin y Connelly explican que los maestros construimos nuestro saber a través de esas historias que vamos narrando en y en las que construimos y reconstruimos nuestras experiencias. Cada vez que pienso sobre un día en el aula y lo reconstruyo de forma oral o escrita, estoy tejiendo una narrativa que me ayuda a dar sentido a lo que hago. 

Recuerdo una clase en la que, después de muchos intentos fallidos de conectar con un grupo, un estudiante se me acercó al final y me dijo: “Hoy entendí lo que querías decir”. Ese momento se convirtió en una especie de punto de inflexión para mí, y lo guardo en mi memoria como una pequeña victoria. Reflexionar sobre esas historias es lo que me impulsa a seguir mejorando y adaptándome. 

En este sentido, Maurice Tardif nos recuerda que nuestro saber docente no es solo una lista de teorías o técnicas. Se nutre de muchos tipos de saberes: lo que aprendemos en las universidades, lo que experimentamos en el aula y lo que recogemos de nuestras interacciones con colegas y estudiantes. Todo esto se combina para formar un conocimiento vivo y en constante cambio. 

En una ocasión, tuve que improvisar una actividad porque el equipo que necesitaba falló justo antes de la clase. En ese momento, me di cuenta de lo flexible que debe ser el saber docente. Ese día no estaba aplicando una teoría específica, sino más bien echando mano de lo que había aprendido de situaciones similares. Esas experiencias, aunque caóticas, son las que nos permiten integrar lo que sabemos de distintas maneras. 

Mirando en retrospectiva, puedo ver con claridad cómo la reflexión, la narrativa y la práctica se han entrelazado a lo largo de mi trayectoria docente, moldeando profundamente mi manera de enseñar. Cada clase, cada estudiante y cada desafío han sido oportunidades valiosas para ajustar y enriquecer mi saber. Reflexionar sobre lo que hacemos nos permite tomar distancia de la acción inmediata, analizar con detenimiento nuestras decisiones y extraer aprendizajes significativos. Narrar esas experiencias, compartirlas con otros o con nosotros mismos, nos ayuda a darles sentido y a reconocer patrones de mejora. 

Este ciclo continuo de reflexión, narración y puesta en práctica no es solo una herramienta para perfeccionar nuestra enseñanza, sino un motor para el aprendizaje constante. Al final, ser docente es embarcarse en un viaje que no tiene fin, sabemos que siempre hay algo nuevo por descubrir, una historia más por contar y una lección más por aprender. Reconocer que este proceso es formativo en sí mismo nos invita a ver los desafíos como oportunidades, y nos impulsa a seguir aprendiendo y creciendo. 

Además, cuando hacemos de este ciclo una parte central de nuestra práctica, no solo mejoramos como docentes, sino que también abrimos la puerta a otros tipos de aprendizajes. Nos volvemos más conscientes de nuestras propias habilidades, más receptivos a nuevas ideas, sensibles a lo que sucede a nuestro alrededor y en nuestros pensamientos, y con ello más capaces de adaptar nuestro saber a las complejidades cambiantes del aula. En este sentido, reflexionar, narrar y poner a prueba se convierten en una ruta invaluable para nuestro aprendizaje continuo. 

Referencias:  

Schön, D. A. (1983). The Reflective Practitioner: How Professionals Think in Action. Basic Books. 

Clandinin, D. J., & Connelly, F. M. (2000). Narrative Inquiry: Experience and Story in Qualitative Research. Jossey-Bass. 

Tardif, M. (2014). Los Saberes del Docente y su Desarrollo Profesional. Narcea Ediciones. 

Autora: Mtra. Tamara Caballero  

Tamara Caballero, académica de la Ibero Puebla. credit: Ibero Puebla

 La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.